jueves, 12 de enero de 2012

Recuerdos escasos de un libro que sabe a poco


Recuerdos de un callejón sin salida, de Banana Yoshimoto

La conclusión en el título, para ahorrar tiempo. Efectivamente, esta obra de Banana Yoshimoto (una relación amorosa con esta mujer debe de ser homérica: "Mmm, Banana") no me ha gustado demasiado. No sé si será porque no suelo leer libros de relatos (es difícil hacer un buen relato, y los que no lo son me repelen, o peor, me aburren), o que todos los relatos que contiene este libro en particular tratan de lo mismo, o tienen demasiados elementos en común. Una cosa es que tengan una temática similar, y otra que sea el mismo contenido con distinta forma u orden.

El primer relato se llama La casa de los fantasmas. En él se nos cuenta la historia de una pareja de compañeros de universidad, cuya amistad se torna pronto atracción y después amor. De este proceso serán testigos dos ancianos, los anteriores dueños del piso, que viven en forma de espíritus en el piso de él, y que parecen no haber advertido su propia muerte y continúan con su vida como si nada.
Después tenemos el relato ¡Mamáaa!, en el que una mujer es envenenada al comer un plato de curry en el comedor de su empresa. Después de este suceso, asistiremos a su progresiva recuperación, tanto de este percance casi mortal como de los traumas que porta desde su infancia por varios motivos.
En el relato La luz que hay dentro de las personas tenemos como protagonistas a Mitsuyo y Makoto, dos niños vecinos y muy amigos. Makoto tiene la particularidad de percibir cosas que nadie más percibe, aunque esto no soluciona de ninguna forma la extraña situación de su familia. Apenas tiene historia; la autora encadena una digresión tras otra, sobre el tiempo, sobre la luz, etcétera.
La felicidad de Tomo-chan relata cómo ésta conoce y se enamora de un hombre, a pesar de haber sido violada años atrás. Sí, eso es todo. Es el relato más corto, lo cual se agradece llegados a este punto del libro.
El relato que da título al libro, Recuerdos de un callejón sin salida, es quizá el más agradable, quizá por ser el último. Tras un largo periodo en que Mimi no se da cuenta (o no quiere darse cuenta) de que su prometido la ha abandonado, le hace una visita y por fin se da de bruces con la realidad. Para superar el golpe cuenta con su amigo Nishiyama, un tipo bastante peculiar. Lo que más me ha gustado del relato son Nishiyama y la hermana de Mimi, a pesar de que apenas aparece.

Dice la contraportada del libro que los relatos hablan de gente que "tras vivir momentos dolorosos, se preguntan sobre el sentido de la vida, y sobre la posibilidad de ser felices". Ajá. Podrían añadir que en todos ellos hay traumas de infancia en alguno de los personajes; que siempre hay un marido que abandona a una mujer, o que al menos la engaña; que en muchas ocasiones resulta todo demasiado naíf; que cada uno de ellos deja al lector con una sensación de "Bueno, ¿y?" (especialmente La felicidad de Tomo-chan).

Independientemente de lo que puedan gustar(me), considero que como relatos son malos. Mi concepción de relato, o de cuento, es un texto de poca longitud que te narra una historia muy concreta, o algo más largo, pero llenándolo de movimiento, de devenir: de contenido, vaya (véase No se culpe a nadie, de Julio Cortázar, o Novios, de Mario Benedetti), sin rodeos en torno a una misma cosa ni elementos accesorios o superfluos. Las historias largas, que hacen uso de una cierta reiteración de motivos y situaciones, o incluyen largas reflexiones y digresiones que no son el tema central del relato, o amplias caracterizaciones de personajes, repletas de detalles y anécdotas que no llegan a ninguna parte, deberían ser novelas, donde canta un poco menos.

El relato (según mi definición, repito), es certero, directo. Cortázar, para hablarnos de un hombre y su jersey, no se detiene a contarnos las experiencias previas de dicho hombre con ése u otros jerséys, ni nos habla del proceso de elaboración o fabricación de los mismos, ni de si el obrero que manejaba la máquina en la fábrica de jerséys sufrió una gastroenteritis. No. Nos cuenta, ni más ni menos, cómo ese hombre se pone un jersey.

Yoshimoto nos presenta unas historias muy suyas, algo dramáticas y costumbristas, con muchas vueltas sobre sí mismas, al igual que en las otras dos novelas suyas que he leído. Si fuera más al grano, tal vez estos relatos serían mucho más disfrutables, pero constantemente incluye digresiones acerca del tiempo, de la existencia de algún dios, del calor que producen las luces a quien las divisa en la literatura (?), o monólogos interiores de los personajes protagonistas, generalmente de pura autocompasión o justificación. Son lo que yo llamo "historias de redención": una persona desgraciada llega a la conclusión de que merece algo más (felicidad, amor, lo que sea) y lo consigue, de repente o mediante una suerte de deus ex machina más o menos explícito.

Los personajes son generalmente planos. Las herramientas que utiliza Yoshimoto para caracterizarlos son de uso común, a veces demasiado manidas: anécdotas irrelevantes, grandes desgracias, penas inconmensurables, tristezas o soledades que se perciben en los ojos como un manto gris sobre las pupilas y todas esas cosas, dramas un poco extraños ("Pues si tengo que elegir entre el perro agonizante y la empresa, le doy prioridad al perro, porque la empresa siempre estará ahí." Este parlamento ni siquiera es de la protagonista del relato La felicidad de Tomo-chan; es una forma un tanto ingenua de convencernos de que quien lo profiere es una buena persona, ya que no elimina la posibilidad de que torture niños, por ejemplo). Además, no hay un personaje malo: cualquiera que no actúe bien o se porte mal lo hace sin malicia, y siempre hay una equivocación de por medio, una justificación aceptable o un profundo e inmediato arrepentimiento.

Tampoco he encontrado en este libro lo que suele encantarme de la literatura japonesa: ese intimismo tan propio, tan cálido y cercano, que suele caracterizar sus historias. En estos relatos esa intimidad se torna banal, anodina; quizá sean los numerosos diálogos que hay en los que se reitera lo que ya se ha dicho en la narración, o los párrafos en los que se cuenta quién hace qué tarea de la casa. Igual es demasiado costumbrista para mí, tan cotidiano que sabe a pura rutina, a ligereza, a cascarillas vacías.

La escritura de Yoshimoto es la habitual en ella y en otros escritores contemporáneos como Murakami: un estilo de narración ligeramente frío incluso en el uso de la primera persona, dando la impresión de que los personajes pueden separarse de sí mismos para observarse y describir su vida de forma objetiva; largos diálogos y pensamientos, que si bien pueden ser adecuados para una novela, no lo son para un relato corto; y, sobre todo, un gran afán de descripción, de pasar de la simple referencia a un conocimiento más profundo de cualquier cosa que aparezca en la historia.


Dice la autora, en el epílogo, que "pese a que no relato nada que me haya sucedido personalmente, de algún modo son los relatos más autobiográficos que he escrito hasta ahora", que son una especie de enterramiento de malas experiencias previo a su maternidad. También se disculpa por la tristeza que pudieran causar estos relatos en el lector (¿tristeza? Si al final todo se arregla, las situaciones dramáticas duran muy poquito). Lo que pensé al leer esto es que algunos exorcismos son más interesantes que otros (lee El exorcista, de Blatty, mola más).

Como la conclusión ya la sabes, dedicaré este último párrafo a recomendarte otro libro de relatos, bastante más interesante: Sauce ciego, mujer dormida, de Haruki Murakami. Alguno de estos relatos los usó después como base para sus novelas, por lo que si has leído varios libros de este autor, algunas historias te sonarán. Sobre Recuerdos de un callejón sin salida, su lectura no es una pérdida de tiempo, pero por mi parte confieso que esperaba algo más. Queda de tu mano leerlo o no.

En Librofilia

Título original: デッドエンドの思い出 (Dedoendo no omoide).
Año: 2003. Páginas: 212 en la edición de 2011 de Tusquets (Colección Andanzas).

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