miércoles, 28 de marzo de 2012

Y seguimos repitiéndonos: Extremo, 2ª parte.

Espero que me perdonen ustedes, pero finalmente me he arrepentido de la afirmación que hice en la última reseña y esta que hoy escribo no tiene contenido cinematográfico, precisamente.

Vaya sorpresa. Todos los que me conocen saben bien que nunca he sido fan de Extremoduro. Tampoco los he despreciado nunca, faltaría más, y siempre he reconocido el ingenio que continuamente desprenden en sus letras. Pero por lo general no me gustaban: no sé si los consideraba demasiado duros, demasiado pesados, o quizá demasiado soeces para mi gusto; y la verdad es que siguen sin convencerme demasiado. Esta cuestión, sin embargo, no es demasiado relevante, porque apenas he escuchado tres o cuatro discos enteros de ellos, además de las típicas canciones que siempre ponen en los garitos, y poco más. Pero, como suele ocurrir, todo tiene su excepción, y el disco que hoy os presento es una muy clara.

Como acabo de señalar, no he escuchado la discografía completa de Extremo, ni por asomo. Álbumes enteros solamente he escuchado Agila (1996), que ya reseñó el maestro Mr. Nobody hace poco, y la tríada que componen Yo, minoría absoluta (2002), La ley innata (2008) y Material defectuoso (2011). Prometo darles una oportunidad a los primeros, a los que sacaron en las décadas de los 80 y 90, cuando tenga algo de tiempo y ganas. A pesar de que estos extremeños no se cuentan entre mis grupos de referencia creo que sé reconocer un buen disco cuando lo oigo, incluso aunque tenga a la banda algo prejuzgada, que no sé si es el caso. Y cuando escuché de principio a fin el ya mencionado La ley innata (2008), el que de momento es su penúltimo disco de estudio, lo único que pude hacer (aparte de quedarme con la boca abierta) fue volver a darle al play una y otra vez. Antes había escuchado de forma recurrente Dulce introducción al caos, y puede que también alguna otra pista suelta, cortesía de los que por aquel entonces eran mis amigos. Pero cuando realmente comprendí y admiré la calidad de este álbum fue cuando lo oí entero, gracias a ciertas recomendaciones recientes (¡gracias, Pablo!). Me quedé realmente impresionado, palabra.

La ley innata es el único disco de Extremoduro que soy capaz de escuchar de principio a fin una y otra vez, incluso varias veces en un mismo día, sin aburrirme. Material defectuoso tampoco me disgusta, pero donde esté La ley que se quiten los demás.
Marco Tulio Cicerón. Tan majete, él.

El disco es bueno empezando por la portada. Sobre el fondo ilustrado con una famosa ilustración de Leonardo Da Vinci a modo de marca de agua, aparece con tipografía de inscripción una frase de Cicerón, que reza: Est enim iudices haec non scripta sed nata lex quam non didicimus accepimus legimus uerum ex natura ipsa arripuimus hausimus expressimus ad quam non docti sed facti non instituti sed imbuti sumus. ("Existe, de hecho, jueces, una ley no escrita, sino innata, la cual no hemos aprendido, heredado, leído, sino que de la misma naturaleza la hemos agarrado, exprimido, apurado, ley para la que no hemos sido educados, sino hechos; y en la que no hemos sido instruidos, sino empapados"). Parece ser que sobre este aspecto gira gran parte de la temática del disco: la naturaleza impulsiva, instintiva y el origen salvaje del ser humano.

No hay tregua en La ley innata: cuando escucho el disco tengo la sensación de que cada canción, o mejor, cada estrofa, casi cada palabra me transmite una emoción diferente y en ocasiones encontrada con la anterior. En este álbum se dan cita todos los temas habituales en Extremoduro: la libertad y la falta de la misma, la rebeldía, la crítica ácida contra las convenciones, y por supuesto, el amor. Pero lo hacen siguiendo un ritmo trepidante. Hay continuas e inesperadas subidas y bajadas de ritmo e intensidad, cada pista se contrapone temática y musicalmente a la anterior, las armonías generalmente tranquilas, alejadas ya del rock durísimo que encontrábamos en discos como Yo, minoría absoluta, o Agila, contrastan increíblemente bien con la voz rasgada del Robe. Y los leitmotivs que no solamente corren a cargo de la guitarra, sino también de otros instrumentos menos convencionales en el rock (¡nada menos que un solitario oboe es el encargado de abrir el segundo movimiento!) son pegadizos, fuertemente rítmicos, y se suceden otorgando una coherencia pasmosa a un álbum que, cuanto más lo escucho, más convencido estoy de que no podría estar mejor estructurado, mejor construido.

Por otra parte, en este disco los extremeños buscan la mayor cohesión posible entre las diferentes pistas que lo componen, casi como si se tratase de un álbum conceptual típico del rock más progresivo (o sin el casi). No es la primera vez que buscan esta complementariedad entre las canciones de un disco: ya con Pedrá (1995), un álbum formado exclusivamente por una canción de casi media hora de duración, llegaron al extremo. Así que, trece años después de Pedrá, podríamos de nuevo considerar La ley innata como una única canción de cuarenta y pico minutos, esta vez dividida en varias pistas para mayor comodidad del oyente, eso sí. Como si de una sinfonía clásica se tratase, esta obra se divide en una introducción, cuatro movimientos y una coda.


Dulce introducción al caos se abre tranquilamente, con un punteo de guitarra al que se suma, suavemente y por encima, el primero de la interminable lista de motivos que se sucederán y repetirán según nos adentremos en el disco. Y luego, el Robe empieza a cantar una bella historia sobre la la quietud frente al cambio, encarnada en un árbol que se deshoja con la llegada del viento (¿será una metáfora sobre un amor derrotado frente a las desavenencias, frente al tiempo? ¿De la imposibilidad de mantenerse estable frente a los impulsos que continuamente le asaltan a uno?) Cada cual que lo interprete como quiera.

La letra de esta dulce introducción nos deja joyas como la que sigue:

Se rompió la cadena que ataba el reloj a las horas.
Se paró el aguacero: ahora somos, flotando, dos gotas.

Agarrado un momento
a la cola del viento
me siento
mejor.

Me olvidé de poner
en el suelo los pies
y me siento
mejor.

¡Volar!
¡Volar!

Los dos solos de guitarra, en la que por cierto no encontramos la distorsión tan típica en otros álbumes de Extremoduro, son sencillamente impresionantes. Curiosamente el segundo, que es el que va inmediatamente después del fragmento que acabo de transcribir, es una copia exacta de la melodía del popular tema Jesu, joy of man's desiring (que es, a su vez, un fragmento de la cantata nº 147 del compositor barroco J. S. Bach). Esto me sorprendió gratamente: pocos grupos actuales pueden presumir de tener una cierta cultura musical, que abarque incluso a los clásicos. Y estos extremeños parece que la tienen.


Ningún silencio separa Dulce introducción al caos de Primer movimiento: el sueño. Tan solo el enlentecimiento del ritmo rápido que se había instaurado al final de la primera canción y el mantenimiento de unos rasgueos sostenidos en la guitarra nos indican que estamos cambiando de tercio.

Si interpretamos La ley innata como el relato de lo que pasa tras una ruptura amorosa (lo cual no sé si es del todo adecuado), Dulce introducción al caos sería precisamente el momento de la ruptura, y el primer movimiento, en el que nos encontramos, describiría con bastante exactitud lo que pasa a continuación: el que ha sido dejado no puede hacer otra cosa que echar menos a la amada; se siente miserable y el mundo se le viene encima irremediablemente. Esto quedaría genialmente expresado en las estrofas:

No  hay día que me levante
y no haya muertos delante,
es peor que un mal sueño.
Hoy han dicho en la tele
que han muerto tres mujeres
y que han sido ellos.

Que un hombre bomba entró en un bar
dispuesto a dialogar
con sus muertos.
Que bombardean una ciudad
y algo ha salido mal,
por supuesto.

Una bomba inteligente
ha matado al presidente,
pensó que era bueno.
Y dicen por la tele
que han muerto más mujeres
y que han sido ellos.

La vida es roja si te vas
y me derrota igual
que en los sueños.
Me olvido, y ya no sé qué hacer,
no dejo de correr
como en sueños.


Como ya hemos adelantado, el timbre nasal de un oboe es lo primero que escuchamos en Segundo movimiento: lo de fuera. Esta parte es mi preferida de La ley innata, por muchas razones: los motivos musicales siguen repitiéndose, variando, cada vez más fuertes y cercanos. La letra se vuelve más oscura. El protagonista de la historia que nos cuenta la voz ronca del Robe, que tal vez ha regresado a los hábitos menos saludables, se siente juzgado y oprimido, pero a la vez parece observar un atisbo de libertad en alguna parte:

Por dinero
los maderos
¡ay!, van detrás de mí,
que intento ser feliz.

Y abocado
a los tejados
me he mudado a vivir.
Por desobedecer, por ver al sol salir.
Por sacar la cabeza fuera.

Y sigo preso, pero ahora 
el viento corre alrededor.

La música sigue en un tono duro, hasta el genial coro Necesito saber..., dime tu nombre/¿De dónde sale el sol, y de qué se esconde?, cuya reconocible melodía se convertirá también en uno de los motivos más recurrentes a lo largo del todo el disco. Y las letras no flaquean ni un ápice en lo que a poética se refiere. Como no podía ser de otra forma, la referencia al sexo, o por mejor decir, al "amor sexual" tan típico en Extremoduro, aparece justo a continuación:

Vente a la sombra, amor
que yo te espero,
que tengo el corazón
aquí, con bien de hielo.

Ven a la sombra, vente, amor,
que yo te espero,
que tengo ya el cerezo en flor
dentro del cuerpo.

 

Tercer movimiento: lo de dentro es una increíble explosión de toda la ira que ha contenido con el tiempo el protagonista de la historia. En este punto, la voz de Robe se vuelve más dura que en ningún otro momento del disco, y la música tiene poco que envidiar en cuanto a intensidad al heavy más duro.

Comienza con una nueva demostración de la ironía empleada tan frecuentemente el golfo del Robe a la hora de constuir las letras:

Sin patria ni banderas,
ahora vivo a mi manera;
y es que me siento extranjero
fuera de tus agujeros.

Miente el carné de identidad:

tu culo es mi localidad.
Miente el destino para hacer
que no te vuelva a ver.

Miente. Si dice no, me miente;

si dice sí, me miente;
y si calla, también miente.

Dice que yo ya no te espero.

Un cabrón embustero,
es mi corazón, que miente.

La canción nos deja otros pasajes memorables como:

Tiempo, devuélveme el momento.
Quiero pasar las horas
nadando mar adentro,
y revolcarme por el suelo

para empezar todo de cero.

O, más adelante:
Y dicen que mi vida es un exceso,
y yo me vendo sólo por un beso.
¿Qué voy a hacer, si vivo a cada hora
esclavo de la intensidad?
Vivo de la necesidad.

Estaba el cielo lleno de estrellas,

y he pasado la noche con ellas.
¿Qué voy a hacer, si vivo a cada hora
esclavo de la intensidad?
Vivo de la necesidad.

Y me revuelco por el suelo

para empezar todo de cero.


Cuarto movimiento: el sueño es la antítesis de lo de dentro. En un tono reposado y reflexivo, sobre un fondo musical mucho más tranquilo que el de la parte anterior, el pobre diablo encarnado en las cuerdas vocales del señor Iniesta nos invita a pensar sobre los acontencimientos que le han llevado a ese punto, y también, tras la repetición de uno de los estribillos del primer movimiento, se plantea ciertos temas existenciales del máximo interés:

Buscando mi destino,
viviendo en diferido,
sin ser, ni oír, ni dar.

Y a cobro revertido

quisiera hablar contigo,
y, así, sintonizar.

Para contarte

que quisiera ser un perro y oliscarte,
y vivir como animal que no se altera,
tumbado al sol lamiéndose la breva,
sin la necesidad de preguntarse
si vengativos dioses nos condenarán,
si, por Tutatis,
el cielo sobre nuestras cabezas caerá.

Un concierto de Extremo, abarrotado

Este increíble álbum se cierra con Coda flamenca (otra realidad). Esta parte, desde mi punto de vista, está más separada del resto, tanto temática como musicalmente. En ciertos momentos parece incluso algo inacabada, algo imperfecta con respecto al resto del disco. Pero esto no le resta encanto; de hecho, es una de mis pistas preferidas dentro de La ley innata.

Haciendo honor al título, este último movimiento comienza con un típico rasgueo de guitarra flamenca, pero interpretado en una guitarra eléctrica. No soy un gran amante de las fusiones extrañas tipo flamenco-blues, flamenco-rock, flamenco-loquesea... Pero en este tema, los de Extremadura hicieron indudablemente un gran trabajo.

Las letras de la canción también son de lo más flamenco: apasionadas Ese Arráncate a cantar y dame algún motivo/para decirle al sol que sigo estando vivo pone los pelos de punta, sin más.

Y el final, como un círculo cerrándose, regresa a la bella canción de la historia de Dulce introducción al caos...

¿Y qué, si me condeno por un beso?
¿Y qué, si necesito respirar?

Canta la de que el tiempo no pasara.

Canta la de que el viento se parara.
Canta la de que el tiempo no pasara.
Donde nunca pasa nada.


 

Terminamos por hoy. El disco aquí, muchachos. Un abrazo, ¡y hasta la próxima reseña!

3 comentarios:

Mr. Nobody dijo...

Un disco sencillamente genial, del que muchos han renegado por no ser un disco "más de lo mismo" de los de Extremaydura. Recuerdo mi emoción la primera vez que oí, cuando lo empezaron a anunciar en televisión, ese "Buscando mi destino, viviendo en diferido, sin ser, ni oír, ni dar." que no dejé de tararear en días, y también cuando sonó por primera vez en mi mp3. Puedo jurar que durante cuarenta y cinco minutos tuve los pelos como escarpias.

Por cierto, es un disco conceptual en toda regla. Curiosamente, durante bastante me pareció que el concepto, más que el amor (o desamor), como comentas, era una especie de lucha del individuo contra el mundo (de ahí "Lo de fuera", "Lo de dentro", etc). Será que tenía la época.

Es un disco que, indudablemente, marca el punto de mayor madurez en la carrera de Extremoduro, tanto musicalmente, como comentas, como en lo referente a las letras, ya que Robe estuvo muy fino en su composición. Quizá por eso tenía unas altas expectativas con "Material defectuoso", que, en mi opinión, acabó siendo ni más ni menos que eso, material defectuoso.

Mr. No One dijo...

Sí, la verdad es que tratar de interpretar "La ley innata" es más un acto temerario que otra cosa... La interpretación de la ruptura amorosa y la superación de la misma por parte del "narrador" de la historia es la más sencilla, pero este es uno de esos discos con capacidad de sugerir cosas diferentes en función de quién lo escuche, y cuándo y cómo lo haga.

Coincido contigo en cuanto a que es uno de los discos más maduros de Extremo. No sé si será "el más" maduro de la banda, pero desde luego a mí me convence más que cualquier otra cosa de Extremo que haya escuchado antes.

"Material defectuoso" no me pareció tan defectuoso, hombre... Aunque es cierto que "La ley innata" es muy superior, y si tenías expectativas fuertes puestas en el último álbum, supongo que es natural que te defraudase. Pero "Tango suicida" es un puntazo de canción (otra cosa es que ya lo tengas trillado xD)

¡Gracias por el comentario, como siempre, compañero!

Anónimo dijo...

Material defectuoso es precisamente eso, hace unos años, Extremo firmó un contrato para sacar a la luz de ahi a su retirada X discos (5 creo que son) y claro el primero muy bien, pero el resto van a salir a trompicones y sin cuidado solo por la pasta. Y eso es así.
Afortunadamente fui a verles cuando todavía Robe se mantenía en pie (aunque hicieron una pausa), os recomendaría ir, pero en el estado actual puede ser decepcionante, o incluso puede que no haga acto de presencia (ya ha pasado en algunos sitios).

En cuanto al disco ''La ley innata'' no está mal, pero yo eché un poquito de menos las letras directas y callejeras de los anteriores, esa forma tan suya de cantar y contar las cosas (Standby, Deltoya, Puta, Cerca del suelo...)

En fin, que me enrollo, buena reseña ;) seguid asi!

Publicar un comentario

¿Quieres comentar algo? Comenta, pues.