jueves, 15 de marzo de 2012

Del retorno


Últimamente se han dado unas cuantas coincidencias temáticas en mis lecturas y visionados de películas. Involuntarias, por supuesto. Por ejemplo, poco después de leerme Yonqui, de Melvin Burgess, pusieron Trainspotting en la tele y volví a verla y disfrutarla como la primera vez. Heroína por un tubo, vaya (juas, qué chispa). También vi Cinema Paradiso, de la que seguramente haga reseña otro día, que trata el tema de la nostalgia y el regreso al hogar tras mucho tiempo de ausencia, justo entre la lectura de dos libros que tratan un tema muy parecido, que es el exilio, o, para ser exactos, el desexilio.

Estos dos libros son Andamios, de Mario Benedetti, que ya ha aparecido por aquí en una ocasión; y La ignorancia, de Milan Kundera, escritor checo del que sólo había tenido el placer de leer (tres veces) La insoportable levedad del ser. Ambos tratan la vuelta a la patria después de un exilio forzado por diferentes motivos políticos, en uno a causa de la derecha militarizada y en el otro por culpa de la izquierda comunista. Como veis, en todos lados cuecen habas.

Andamios, de Mario Benedetti

Fea portada, señor editor
Cualquiera que conozca un poco a Benedetti podrá reconocer los grandes temas de este escritor: la política, el amor y la sociedad uruguaya. El primer tema siempre toma forma en torno a la insurrección y la resistencia, retratando las actividades de grupos revolucionarios y las torturas por parte de "los milicos", y el exilio por razones políticas, tal y como se puede ver (como me señaló hace poco el amigo Mr. No One) en la antología Inventario II, en multitud de relatos y cuentos, y en el libro que hoy traemos.

En esta novela, Benedetti se centra en la principal consecuencia del exilio: el desexilio. Desaparecida la dictadura militar, Javier Montes vuelve a su Uruguay natal tras doce años de destierro (que fueron veinte en el caso de Benedetti). Como es natural, en ese tiempo han cambiado multitud de cosas grandes y pequeñas: la sociedad, la política, la mentalidad general. En poco tiempo tras su llegada, se encuentra con que la política ha abandonado los ideales para volverse pura forma, los que antes eran compañeros suyos en el activismo se han integrado en el sistema (con más o menos secuelas, tanto psicológicas como físicas), y la juventud, o la gente en general, se halla sin un objetivo claro ni motivación.

En medio de todo este análisis político y sociológico encontramos también el lado humano de Javier Montes, reflejado tanto en sus relaciones con otros (los amigos que dejó en Uruguay, la ex-mujer de la que se separó poco antes de volver y que se quedó en España, la hija con la que apenas habla) como en sus propias reflexiones. Todos estos elementos, unidos y ordenados, forman el andamio que le sostiene a él mismo y su mundo (de ahí el título).

Ésto es, de forma objetiva, el contenido del libro. Os cuento lo que opino. La verdad es que, después de leer La tregua y La borra del café (más flojo que el primero, por cierto), me esperaba algo más. O al menos algo nuevo. Es posible que tenga La tregua clavada tan hondo que sean imaginaciones mías, pero veo demasiados paralelismos entre ésta y Andamios; tantos, que me parece que la novela es una reescritura sin gracia alguna de La tregua, con el exilio como factor diferenciador que permita presentarlo como algo nuevo. Vale, igual exagero un poco, pero es cierto que hay muchos elementos comunes: el hombre maduro desencantado con la vida en general (como Martín Santomé), la hija que resulta ser una completa desconocida (como Jaime), el amigo que ya no es lo que era y el tipo que le cae mal, pero al que debe soportar (los equivalentes de Aníbal y Vignale), y, por supuesto, una mujer que consigue infundir ilusión en el protagonista, aunque no es más que un soso remedo de Avellaneda (Avellaneda, Avellaneda...), con un par de traumas encima, fruto de la tortura. Y el final. Brusco, mal planteado y casi ofensivo, por innecesario. Casi me reí, en serio.

El libro tiene sus puntos positivos, eso es innegable. Cierta conversación con un mozalbete, que puede resumirse en aquella frase que reza "Toda generación necesita su guerra para ser algo", es interesante; el personaje del militar retirado llama la atención, aunque no tenga demasiado peso en la trama; y alguna que otra reflexión sobre la carencia de valores e ideales resulta bastante relevante, porque es algo que está de total actualidad. Pero todo esto se pierde en un mar de trivialidades, buenismos y una cierta visión partidista. Muchas de las escenas se pueden resumir en "ganaron los malos, y qué malos que eran, oye", o "cualquier tiempo pasado fue mejor", unos tópicos insulsos de tan manidos. Sobran también las numerosas reflexiones (¡y poemas!) de Montes sobre su cuerpo. Te crecen las uñas: vale; eres sexualmente activo, aunque por poco tiempo: enhorabuena; tu cuerpo puede enfermar y 'traicionarte', etc. Esto hace preguntarse al lector: ¿y a mí qué? Claro que, personalmente, el protagonista no me ha producido ni la más mínima empatía.

En conclusión: no me ha gustado. Esperaba algo más de mi estimado Benedetti, pero está claro que no acerté al elegir este libro. Hay quien aprecia esta obra, pero a mí no me ha dicho nada en particular, y ha conseguido hacérseme bastante largo. Si te llama el autor y no has leído nada suyo todavía, empieza por La tregua, que en esencia es lo mismo, pero mejor tratado y con la mitad de páginas.

Título original: Andamios.
Año: 1999. Páginas: 310.

La ignorancia, de Milan Kundera

La ilustración se titula
El retorno de Ulises
Aquí la cosa cambia. Éste sí me gustó, no tanto como La insoportable levedad del ser, pero sí es un libro que querría releer más adelante. La literatura de Kundera, si debo guiarme por las dos novelas que he leído, tiene también un alto componente político -algo bastante lógico, habida cuenta de la marcada tendencia de la República Checa a ser invadida cada dos por tres-, y por contar historias generalmente intimistas, cotidianas, centradas en muy pocos personajes, de los cuales hace un análisis pormenorizado a lo largo de toda la trama. Condimenta la narración, además, con largas digresiones la mar de interesantes sobre filología, sociología, filosofía, literatura e historia. Por ejemplo, La insoportable levedad del ser comienza con una breve exposición de la teoría del eterno retorno de Nietzsche y el dualismo de Parménides como introducción al centro en torno al cual gira la historia de Tomás, Teresa y Sabina: la levedad y el peso.

Pero hoy hablaremos de La ignorancia. La víctima del desexilio es, en este caso, una mujer: Irena. Abandonó la República Checa en 1968, tras la invasión de la Unión Soviética, acompañando a Martin, su marido, al que se supone que persigue el régimen (no se llega a explicitar ésto en el texto); algo más de veinte años después, vuelve a su país natal animada por otro hombre, el sueco Gustaf, un conocido de Martin con el que Irena se casó tras enviudar. Paralelamente a esta historia Kundera nos presenta a Josef, un exiliado más por gusto que por necesidad, que vuelve a su tierra después de que su mujer muera por una grave enfermedad en la lejana Dinamarca.

Como en Andamios, el regreso no es ni fácil ni agradable: los dos protagonistas encuentran un país completamente distinto, un cuadro en el que no reconocen los paisajes de su infancia y su juventud. El idioma ha cambiado, no sólo por el cambio del ruso por el inglés, sino por el propio devenir histórico; el checo es ahora más monótono, sin gracia: oprimido. La gente que conocían ha cambiado o ha muerto, en algunos casos sin que lo advirtiesen o tuviesen noticia de ello (como descubre con desagradable sorpresa Josef a su llegada a Praga, por ejemplo). Esta alienación es aún más fuerte en el caso de éste último, pues tiene una memoria bastante curiosa (cuya descripción permite a Kundera hacer una breve disertación sobre las capacidades, el funcionamiento y la utilidad de la memoria), que únicamente retiene los recuerdos que reflejan aspectos negativos de su persona, eliminando el resto y provocando grandes lagunas en su biografía.

En la contraportada se nos anuncia un gran encuentro entre nuestros protagonistas, quienes intentaran rescatar y reavivar un amor desaparecido hace mucho tiempo, lo cual se corresponde con sólo unas treinta o cuarenta páginas de las doscientas que tiene el libro. En realidad, fruto de una casualidad se reencuentran en el aeropuerto de París cuando ambos se dirigen a Praga, aunque este encuentro sólo es relevante para Irena, pues Josef no recuerda a la mujer; ni siquiera conoce su nombre. Así pues, triste historia de amor podrán recuperar. No debéis esperar una romántica historia en esta novela; más bien es una fotografía del post-comunismo, pero visto a través de un prisma distinto que el utilizado por Benedetti en Andamios: Kundera se centra más en las consecuencias individuales, la repercusión que los hechos del mundo provocan en las personas. Expone los actos del régimen comunista y su represión, pero no los juzga, no lo considera necesario. Quizá influya el que la opresión soviética sea un acontecimiento más actual y mejor conocido que la dictadura militar uruguaya, cuyo desconocimiento disculparía la excesiva representación de la misma que hace Benedetti.

Los personajes, como todos los creados por Kundera, tienen entidad propia, especialmente Irena. Josef puede resultar algo arquetípico por su faceta de mujeriego, su cinismo o su incapacidad de superar la muerte de su esposa, pero en Irena encontramos una psicología sólida, coherente, realista. Es fácil comprender su extrañeza al regresar a Praga, la ciudad que ya no es la suya, o su desazón en la cena que comparte con las que en tiempos fueron sus amigas. Ellas han cambiado, y la propia Irena también; ¿es posible revivir una antigua amistad cuando los implicados son personas distintas?

A propósito de esta vuelta al hogar, Kundera desarrolla pequeñas argumentaciones en las que trata distintos temas, como el ya mencionado acerca de la memoria. Destacan dos sobre todos los demás: primero, el análisis filológico al que somete la nostalgia, exponiéndonos sus raíces, significados y motivaciones en distintos idiomas, desgranando sus matices y extrapolándolos incluso a la cultura que los utiliza. El segundo tiene que ver con el exilio y el regreso por antonomasia: la Odisea de Ulises, con el que relaciona la extrañeza de Irena, el miedo al retorno de Josef, la actitud de todo el mundo respecto a los que vuelven (que sólo buscan encontrar los elementos comunes entre la historia del retornado y la suya propia, generalmente ignorando la vida que el que se fue tuvo en solitario). Esta referencia aparece repetidas veces a lo largo de la novela, convirtiéndose en uno de sus puntos fuertes. Me pareció especialmente curioso el punto de vista que presenta sobre cierto hecho de la historia de Homero: todo el mundo se compadece y entiende las lágrimas de Penélope por la ausencia de su marido, pero ¿cuán amargas no serían las lágrimas de la ninfa Calipso al ser abandonada por Ulises, cuando éste marcha de vuelta a Ítaca? (¿No sabéis a qué me refiero? Leed La Odisea, coñe).

Y ya lo dejo, que me alargo demasiado. La ignorancia es una novela muy recomendable, por sus personajes, por su historia, por su cercanía, y, sobre todo, porque tiene doscientas páginas y una letra muy grande. A leerla, perretes. Un saludo, ¡y gracias por leernos!
En griego, "regreso" se dice nostos. Algos significa "sufrimiento". La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar.

Título original: L'ignorance. (Las novelas modernas de Milan Kundera están escritas en francés, en vez de en checo).
Año: 2000. Páginas: 197.

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