lunes, 12 de diciembre de 2011

El piano, un instrumento de locos


La pianista, de Elfriede Jelinek

No tenía pensado hacer una reseña de este libro Es un libro duro, raro, de esos que parece mejor no comentar largo y tendido porque siempre se dejaría algo en el tintero. Pero aquí está la reseña. Me ha gustado y no me ha gustado; por una parte, la historia que propone la autora es sencillamente escalofriante, perturbadora y a la vez muy atractiva. Por otra, la forma en que presenta esta historia es poco accesible y a ratos tenía que obligarme a mí mismo a continuar. No por falta de interés, que conste. Aviso, la reseña es larga y desvelo alguna que otra cosa del argumento (tengo que empezar a cambiar esto...).

SINOPSIS

Erika Kohut es una mujer que ha alcanzado una cierta edad sin apenas salir de su mundo de música y hogar familiar: cualquier intento de mirar más allá es automáticamente coartado por su madre, una mujer posesiva, asocial y, a menudo, cruel. En estas circunstancias pasa Erika Kohut su vida entre su casa y la escuela donde da clase de piano; la severidad y austeridad impuestas han hecho mella en ella, y apenas hace esfuerzos de resistencia ante su madre, quien la maneja casi a placer.

Pero los cimientos de esta situación se tambalearán cuando, en la escuela, un joven alumno llamado Walter Klemmer se enamora de ella. Esto hará que Erika comience a cuestionarse su pasado y su presente, y tal vez a luchar por su futuro.


Uno lee esto y piensa: “Vale, mujer descontenta, hombre irrumpe en su vida… Una típica historia de redención para marujas”. Nada más lejos de la realidad. Las tesis de fondo del libro son dos (parafraseando sendas frases tópicas): “Si juegas, puedes perder”, y “Una vez tocas fondo, puedes seguir cavando”.

 La autora, premio Nobel de literatura en 2004
Este es uno de los motivos por los que no es una novela para todo el mundo: las cosas no van a mejor, todas las esperanzas de cada uno de los personajes se ven frustradas de una forma más bien poco amable. Es una historia de descenso en caída libre. El otro motivo es de tipo formal, ya que la narración es totalmente atípica: todo es contado en presente, incluso aquellas escenas en que se relatan hechos del pasado, como el error de Erika en un concierto que provocó el truncamiento de su carrera como pianista o sus vacaciones en el pueblo, siempre alejada de la gente. Salta de un lugar a otro, de un tiempo a otro sin que medie siquiera un espacio. Los diálogos no están estructurados con guiones, como es habitual, sino que las intervenciones habladas se mezclan con los monólogos interiores de los personajes… De vez en cuando la autora cuela un “dijo Tal”, “pensó Cual”, pero en general el lector debe arreglárselas solo.

La gran baza de la novela son los que le dan vida. Erika Kohut es un personaje muy complejo, una mujer con terribles traumas por tantos años de represión e incluso maltrato, que no tiene ninguna autoestima, que se autolesiona. Procura ir contra corriente por el mero hecho de hacerlo, porque ella es “especial”, tal y como le ha aleccionado su madre. A sus treinta y tantos años ya ha perdido la esperanza de encontrar un hombre; además, sus relaciones han sido tan insatisfactorias que ni siquiera puede decirse que lo desee. El único contacto que tiene con el mundo amoroso y sexual son sus escapadas voyeuristas, en las que lo mismo va al barrio turco a un peep show a ver mujeres desnudas como a algún parque cercano a espiar a parejas en pleno festival *guiño*, *guiño*.

Walter Klemmer es un personaje con vida propia. Su carácter arrogante e inmaduro, propio de un chico acostumbrado a conseguir lo que quiere es tan realista, que cuando llega el final de la novela casi te dan ganas de reprenderle, de decirle cuánto te decepciona, de aconsejarle sobre cómo debe actuar, como si de un colega se tratase. No es que uno pueda empatizar con él (que habrá quien lo haga), pero uno termina por querer una redención que no llega para este muchacho.

La madre de Erika es una mujer resentida, amargada y con un terrible rencor dirigido a todos y a todo. No duda en pegar a su hija, o en hurgar en su armario para destrozarle algún que otro vestido, o en repetirle una y otra vez a su hija lo irresponsable y desagradecida que es, o reprocharle cada intento de tener una vida propia fuera del abrazo materno. Resulta patético y triste leer cómo maquina para tensar cada vez más la correa con que apresa a Erika, para evitar que el perro apaleado huya de su lado, abandonándola en su hiel. Y lo peor es que lo consigue.

2001, Michel Haneke
En la primera mitad de la novela conocemos a los personajes y el día a día de todos ellos. Vemos la vida monótona de Erika, pequeños retazos de su pasado, sus escapadas, su relación con su madre, los primeros pasos de su relación con Klemmer. Hay varios altibajos en la narración, ya que en en esta parte hay cosas interesantes, pero también cosas aburridas, o cosas que extrañan al lector y hacen que levante una ceja, como el primer encuentro de Erika con su alumno más allá de la relación profesora-alumno: Klemmer encuentra a la mujer en un baño infantil, haciendo lo que le manda la naturaleza, y tras varios besuqueos se encuentran él con la bragueta abierta y ella agarrándole lo que cuelga y masturbándole hasta justo antes de que culmine el asunto, y después se niega a ir más lejos. Es de risa ver la ansiedad extrema del chico frente a la frialdad de Erika, que quiere ser la que domine en la relación, pues como le ha inculcado su madre “no debe rebajarse ante nadie, y menos ante un hombre”. Me hizo especial gracia un pasaje:
Éste le detalla los temidos dolores de la interrupción. Ni siquiera podrá llegar caminando a su casa. Pues entonces váyase en taxi, sugiere Erika tranquilamente mientras se lava las manos a la ligera en el agua del grifo. Bebe unos cuantos sorbos. A hurtadillas Klemmer intenta juguetear consigo mismo; lo hace sin seguir la partitura. Una voz severa lo detiene.
¿Veis el estilo? Seco, un poco aglutinado, describiendo los hechos más que relatándolos. Pues es de los párrafos más fluidos, hay acción y poco diálogo.


Este hecho marcará la pauta para la segunda parte. Erika mantiene la tónica de ser ella el ama, la dominante. Suena a sadomasoquismo, ¿verdad? Pues éste también tiene su papel: varias páginas más adelante, después de que Erika se dé cuenta de que quiere a Klemmer, decide someterle a una última prueba: le entrega una carta en la que le pide que la ate, la pegue, la maltrate…, pensando que la prueba del amor del hombre sería que renunciara a todo eso, negarse a hacerlo por amor a ella. Pero el experimento no sale bien, y las últimas páginas contienen una escena verdaderamente dantesca: enloquecido por la presión a la que lo somete Erika en su relación y el intercambio de papeles respecto a lo que él tenía pensado cuando quería conquistarla, prácticamente asalta el piso en el que viven Erika y su madre, encierra a ésta última en una habitación y abofetea y viola a Erika. Es una escena sencillamente brutal. Insultándola, la golpea con puños y pies, completamente fuera de sí. La novela termina con Erika derrotada, herida en cuerpo y alma, incapaz apenas de reaccionar. Sencillamente desolador.


Es una de esas novelas que uno no debe leer si anda alicaído, como pueden ser Jude el oscuro, de Thomas Hardy (muy buena), o La ciudad de la alegría, de Dominique Lapierre. Son novelas en las que la carga emotiva, la desgracia que se ceba sobre unos y otros sin dar apenas respiro y, en algunas ocasiones, las fuerzas de flaqueza que extraen los personajes, llegan a abrumar al lector, haciendo que no pueda seguir leyendo o que devore las páginas una tras otra.

En resumidas cuentas, es una novela muy dura, un drama erótico que entre el estilo, la historia y los personajes, tan complejos y, a veces, enfermos, resulta imposible recomendarla a nadie, aunque sepas que puede gustarle. Al menos yo no la recomendaría; daría mi opinión y dejaría que el propio lector de esta reseña decidiera.

En Wikipedia
En Librofilia

Título original: Die Klavierspielerin.
Año: 1983. Páginas: 283 en la edición de 1993 de Mondadori.

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