Después de haber escrito reseñas sobre discos de grandes compositores y bandas de rock como The Beatles, Bob Dylan, R.E.M. o Pink Floyd, es lícito preguntarse qué leches pinta en medio de todos ellos un grupo humilde y popero como Amaral.
La respuesta es sencilla: me gustan. Todos tenemos debilidades, y aunque actualmente paso el 99% de mi tiempo de ocio (que, pobre de mí, es cada vez más escaso) escuchando rock clásico y algo de indie español, a veces a uno lo que le apetece es escuchar algo facilón, rítmico y bailable. Que entre bien por los oídos, y que no contenga las profundas reflexiones sobre la vida y el tiempo de los Floyd, las letras confusas y surrealistas de Dylan o Radiohead, o los impactantes solos de guitarra de Dire Straits. A veces, aunque sean pocas, a uno le apetece escuchar canciones sencillas, fácilmente interpretables, que no requieran demasiado esfuerzo por parte del oyente.
Amaral es un grupo que reúne estas características. Y el último álbum que publicaron,
Hacia lo salvaje (2011) constituye un buen ejemplo de esa sencillez a la que me refería. No encontraremos aquí letras excesivamente profundas, solos devastadores o instrumentaciones insólitas. Por el contrario, encontraremos doce canciones de fácil interpretación (sin caer en la simplonería que caracteriza al 99% del pop que se publica en nuestros días), pero, en cualquier caso, temas bonitos y que hasta invitan a la reflexión en ciertos casos. También encontraremos la característica voz de Eva Amaral, con todos esos matices y virguerías que pocas voces en el pop son capaces de dibujar, y que sin duda es el mejor instrumento con el que cuenta el grupo. Y, por último, encontraremos cierto ingenio y diversidad en el aspecto meramente musical, gracias a las aportaciones de Juan Aguirre (el otro miembro fijo del grupo, guitarrista y compositor).