lunes, 15 de octubre de 2012

All the bricks in the wall (part I)


Por fin hemos llegado a The Wall (1979), el último de los grandes discos de Pink Floyd. Después de la tríada de obras maestras de su época dorada, la banda, un poco a la manera de los Beatles con su White album, nos ofrece a modo de colofón un disco doble con todo el genio de la banda. Una banda que, a pesar de encontrarse en su mejor momento en cuanto a popularidad y leyenda, se encuentra herida de muerte por las disensiones que se producen entre sus miembros, causadas, como ya vimos, por el ego hipertrofiado del señor Waters. The Wall es, por así decirlo, el réquiem autodedicado de una de las bandas más grandes de la historia.


Ese orgullo desmedido que hemos mencionado no es en realidad tan negativo como pudiera parecer. El cada vez mayor protagonismo de Roger Waters y su profunda implicación en la composición de discos -llegó a referirse a The Wall como una especie de exorcismo de sus propios demonios, trasladándolos al personaje principal de la obra, Pink- nos permitió escuchar álbumes como Animals y este mismo The Wall, compuestos casi en exclusiva por Waters. Tampoco se puede culpar a Roger de intentar acaparar el poder dentro de un proyecto que consideraba más suyo que de sus compañeros de grupo, ya que los otros miembros que tradicionalmente hacían de contrapeso del bajista de la banda se hallaban en un cierto estado de desidia: Rick Wright se desentendió casi desde un primer momento del disco que hoy nos ocupa, en parte por la tensa relación que ya mantenía con Waters. Esta tensión entre ambos desembocó en el despido, o más bien dimisión, del teclista como miembro de la banda. Sin embargo, continuó dentro de la formación como músico de sesión, recibiendo un salario fijo y sin acreditación alguna.

David Gilmour, por su parte, se hallaba ya inmerso en su carrera como solista, además de que sus aportaciones a la banda eran cada vez más escasas, y éstas siempre eran en forma de actuaciones vocales o de composiciones de guitarra, todas ellas, eso sí, exquisitas. Su última contribución lírica fue Childhood's end, ¡del disco Obscured by clouds! En siete años, Dave no había aportado una sola letra compuesta íntegramente por él, aunque hay quien dice que esta sequía creativa era culpa de Waters, quien rechazaba todas sus propuestas. En cuanto a Nick Mason, éste nunca hizo mucho ruido, y ahora no iba a cambiar eso.

Por tanto, Waters tenía, en realidad, vía libre. Gracias a eso dio rienda suelta a su megalomanía y furia compositiva y creó para sí un álter ego de nombre Floyd Pinkerton, alias Pink Floyd, un cantante multitraumado por la muerte de su padre, la sobreprotección de su madre, los malos tratos en el colegio y un largo etcétera. Todos estos traumas han provocado que Pink levante un muro en torno a sí, como defensa y medio de aislamiento, y como consecuencia, quizá, del instinto de conservación que tiene la locura.

Pienso que el concepto del álbum -la soledad y la falta de comunicación encarnadas en el Muro- es una de las claves del éxito de este disco. ¿Quién no ha sentido alguna vez un muro similar a éste, nada pétreo y aún así increíblemente pesado, que nos separa de los demás e impide cualquier contacto entre nosotros y el mundo? Cada disco, igual que los libros, necesita en nosotros una cierta predisposición de ánimo que lo convierta de música en algo más. Es por eso que, si llega en el momento oportuno, un disco puede marcarte lo suficiente como para que se convierta en un compañero de por vida, o incluso llegar a cambiarte en uno u otro aspecto (como es mi caso con este disco).

El comienzo del primer disco es estremecedor. Tras unos segundos en los que se reproduce, a muy bajo volumen, la melodía de la última canción del  álbum, la banda arremete con sus respectivos instrumentos, introduciendo levemente la trama y el sonido general del disco, con un riff opresivo y pesado y un Waters desatado en su actuación vocal. La canción termina como empieza la siguiente, The thin ice: con un llanto de bebé. El pistoletazo de salida de la historia de Pink, narrado por una madre con la voz de Gilmour, un personaje que tendrá un protagonismo fundamental en la obra. La canción apenas llama la atención hasta la repetición del riff de In the flesh?, pero su letra es una de las mejores que ha producido Pink Floyd, casi más temible que Animals en su conjunto.

Las ilustraciones que realizó Gerald Scarfe para la representación en vivo y
para la adaptación al cine son excepcionalmente elocuentes y aterradoras

El siguiente tema es la primera de las tres partes en que se divide la que quizá sea la canción más exitosa y conocida del grupo, junto con Money: Another brick in the Wall. En este primer fragmento conocemos el primer trauma del protagonista: la muerte de su padre en la Segunda Guerra Mundial, trago por el que Waters pasó en su momento. Es el primer tema de tantos en el que se percibe una cierta tensión reprimida, que se va acumulando a medida que se suceden los cortes del disco. La repetición del ritmo marcado por la guitarra de Gilmour no es sino la calma que precede a la tempestad de The happiest day of our lives, lo más pesado y perturbador de Pink Floyd desde One of these days. Aquí se nos describe el segundo trauma que marcará a Pink a lo largo de su vida: el terrible ambiente  escolar y los malos tratos de los profesores, con una letra que sería satírica si no rezumara tanta crueldad y sarcasmo.

Ahora sí, llega Another brick in the wall (Part II), archiconocida por sus líneas de guitarra, sus coros de niños y su intensa percusión. Una curiosidad es que el profesor que aparece en esta canción, y al que se hace referencia en la anterior, es el protagonista del siguiente álbum de la banda, The final cut. Tras el vigor de Another brick... tenemos la emoción de Mother. En ella, Pink dirige a su madre una serie de preguntas, desde las más inofensivas e infantiles (Mother should I run for president?, "Madre, ¿debería presentarme a presidente?") hasta otras más complejas sobre la vida y las relaciones con otras personas. No tienen desperdicio las respuestas de la madre: tranquilo, mi niño, que no dejaré que te pase nada, jamás te dejaré marchar, etc, etc. Tienen especial relevancia dos líneas en particular:
Mother should I build the wall? - "Madre, ¿debería construir el muro?"
Mother, did it need to be so high? - "Madre, ¿tenía que ser tan alto?"
Os dejo una versión en vivo, interpretada por Sinead O'Connor, en el concierto que organizó Roger Waters en Berlín tras la caída del muro más célebre y significativo de la historia. Instrumentalmente no es la versión que más me gusta -los coros me chirrían un montón, pero claro, ya no estaba Gilmour para hacerlos...-, pero la actuación de O'Connor es sublime. Y es preciosa, la mujer.


El tono triste se mantiene en Goodbye blue sky, una de las canciones acústicas más tristes que conozco. En ella se hace alusión a los bombardeos de Londres durante la Segunda Guerra Mundial, en la que Pink no era más que un niño. Pero el niño va creciendo, y una voz en su cabeza se pregunta, en Empty spaces, qué debe hacer para tapar los huecos de un Muro ya a medio construir.

Pasan los años, y Pink ha crecido. Se ha convertido en una joven promesa del rock, y la relación amorosa que se nos anunciaba en Mother parece haber prosperado en matrimonio. Sin embargo, en una llamada a su mujer durante una de sus giras, la telefonista que le contacta con su casa le explica, confundida, que en vez de contestar la señora Floyd, como correspondería, contesta un hombre que no se identifica y cuelga el teléfono. Lo gracioso de este asunto es que la llamada que se samplea en el tema es una "broma", grabada para esta canción, de uno de los coproductores del disco con una telefonista real, que le tomó completamente en serio.

Destrozado por este hecho, que en realidad no será sino otro ladrillo en el muro, opta por descargar su despecho con una groupie, a la que sube a la suite de su hotel para jugar al parchís. Ésta pasa de la excitación ante la visión de las cosas de su ídolo a la preocupación y el miedo ante el estado de éste (especialmente cuando Pink le cuenta que tiene "su hacha favorita en un  estuche al lado de su cama"), que también debe de haber intentado ahogar sus penas en alcohol y se ha puesto a filosofar sobre la vida y el amor. Y el cuadro que pinta no es nada hermoso, la verdad.
Day after day, love turns grey
Like the skin of a dying man.
Night after night,
we pretend its all right
But I have grown older and
You have grown colder and
Nothing is very much fun any more.
Día tras día, el amor se vuelve gris
Como la piel de un moribundo
Noche tras noche,
fingimos que todo está bien
Pero yo me he hecho más viejo y
Tú te has hecho más fría y
Ya nada es muy divertido.

Finalizado el ataque de locura de Waters... Estooo, de Pink, llegan la resaca y la pena y el patetismo. Porque Don't leave me now es puro patetismo; no tanto por el arrepentimiento que parece mostrar Pink y cómo se arrastra para escenificarlo, sino por cómo se retrata este personaje, en el que comenzamos a ver más sombras que luces y una crueldad demente que llegará a su apoteosis en el segundo disco. Hay quien ve en ésta una canción de amor desesperada, pero si se lee la letra es claro que no es la más apropiada para reconciliarse con la pareja tras una discusión.

Miedo

Con Another brick in the wall (part III) las "voces" toman el poder, metafóricamente hablando, en la cabeza de Pink, y éste inicia su rebelión contra el mundo. Manda a todos a la mierda y se condena a sí mismo al ostracismo (terrible rima interna), completando voluntariamente los huecos que restaban en su muro. Es muy ilustrativo el sample inicial, en el que podemos oír unos violentos golpes, que pueden ser los efectos de su rabia sobre los muebles de su apartamento, aunque prefiero tomarlos como ese "rellenar los huecos" a trompicones, en plena desesperación furiosa, golpeándose con el muro. El disco uno baja el telón con Goodbye cruel world, presumiblemente el momento en que Pink coloca la última piedra y firma su sentencia de aislamiento y enajenación. Me parece absolutamente escalofriante la tranquilidad en la pieza de piano y en la voz de Waters, siendo como es la letra una perfecta nota de suicidio. Tal vez pueda considerarse este autoexilio del mundo como una forma de suicidio, ya que, aunque el infierno sean los demás (Sartre dixit), la soledad puede ser mil veces peor.

Y esto es todo por hoy, que como siga con el disco dos nadie se va a leer entera esta reseña, ni siquiera yo mismo cuando la revise. Nos veremos en la segunda parte, en la que hablaremos de la continuación de esta obra maestra del rock y de la música en general. ¡Gracias por leernos!

1 comentarios:

Mr. No One dijo...

Bueno, compañero... Mil felicitaciones por esta entrada, creo que es lo mejor que se ha escrito en lo que llevamos de blog.

Es que el disco del que se trata no es para menos. Aunque para mí el Dark side siempre será el rey de la discografía de Pink Floyd, The wall lo sigue muy de cerca.

Recuerdo la primera vez que lo oí. Tras la primera escucha fue como si no pudiera creérmelo, y entonces lo reproduje de nuevo, los dos discos enteros, como para comprobar que sí, que tanta genialidad junta era posible.

Una lástima cómo decayó el grupo después.

¡Espero con ansias la segunda parte!

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