martes, 24 de julio de 2012

El maestro y el olvidado


Los dos libros que hoy suben a la palestra son dos libros cortos y directos, pero no por ello simples o poco profundos. Más allá de ésto, entre las dos obras no existe ninguna similitud, salvo la contigüidad en mi lista de lecturas. La primera es fruto de la pluma de un autor muy poco conocido en su época, no digamos ya en la actualidad, pero que contaba entre sus seguidores con el mismísimo Thomas Mann, que lo calificaba de "Kafka olvidado", si hemos de atender a los distintos enunciados promocionales que acompañan a la edición que he tenido entre mis manos. Es una historia cruda, a veces grotesca; no estaría fuera de lugar compararla con un grueso filete dejado a la intemperie durante varios días, una imagen prosaica que cualquiera que se acerca a la novela podrá entender.

La otra novela es de carácter mucho más amable y accesible, firmada por el maestro Miguel Delibes, a quien todos los de mi generación conocerán por El camino, una de las pocas lecturas obligatorias en el colegio que merecía la pena. Después de que me fascinara Señora de rojo sobre fondo gris me quedé con ganas de leer algo más del hombre castellano por excelencia, y así llegué a Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso. Quizá pueda pensarse que al pertenecer al género epistolar haya envejecido peor que otras obras, pero teniendo reciente el auge del email, y en pleno apogeo de las redes sociales y sus excesos, quizá de ella puedan extraerse conclusiones de considerable actualidad.

Los mutilados, de Hermann Ungar

La novela avisa ya desde el título: ésta no es una novela agradable.La portada de mi edición, con un fragmento de una obra de Egon Schiele (a quien conocí leyendo a Vargas Llosa), tampoco deja lugar a dudas (aquí tenéis una muestra de su estilo). Apenas hay lugar para las cosas hermosas, si es que realmente existen. La palabra "grotesco" le sienta como un guante, pero no en el sentido de vísceras, morbosidad y sangre, no. De hecho, la novela rebosa cotidianidad, usa y abusa de las batallas del día a día, tales como el enfrentarse a un mundo hostil, especialmente en el plano social; la lucha contra la desesperación de quien se sabe perdido; o las perversidades de la rutina. Mezclado con un lenguaje seco y conciso, da lugar a un extraño paisaje de la condición humana que deja poco espacio para optimismo y la filantropía.

Nuestro protagonista es Franz Polzer, un hombre atado a su trabajo en un banco y a su rutina, que cumple cada día sin excepción y a la que se agarra para no hundirse en el oscuro pozo de su vida. Se aloja en la pensión de una viuda, Klara Porges, que le acosará con insinuaciones cada vez menos sutiles, a las que Polzer hace oídos sordos por la repugnancia que le produce el sexo femenino a causa de la influencia de su tía, quien se ocupó de él tras la muerte de su madre. Además, Polzer tiene un amigo, Karl Fanta, a quien visita de vez en cuando a pesar del grotesco aspecto de éste, pues una serie de tumores le han privado de sus extremidades inferiores, y que continúan provocando no poco sufrimiento a él mismo y a su esposa, quien, por su parte, debe soportar las psicosis, las vejaciones y las llagas de su marido. El hombre que completa el cuadro es el enfermero que contrata Fanta para su cuidado, y que se revelará como un matarife reconvertido en fanático religioso.

Ungar murió a los 32 años a
causa de una peritonitis.
Todos los personajes que pueblan la novela están, en un sentido o en otro, mutilados. Desde la mutilación más palmaria, la perversidad de lo enfermo, lo pútrido, hasta la más sutil, en forma de graves deficiencias afectivas, morales y tal vez mentales. Lo que en un principio es un relato costumbrista y con algunos atisbos de luz se va convirtiendo en un páramo sombrío a medida que afloran las taras de los distintos personajes. Un feo retrato en forma de sátira, por lo exagerado, que representa a las personas como juguetes rotos, mentes frágiles o espíritus inocentemente malvados, de forma que la horrenda apoteosis final es perfectamente consecuente con el desarrollo de esa tesis a lo largo de la novela, y provocando hacia el final de la lectura un profundo escalofrío en el lector. Sobra decir que me ha gustado mucho, aunque no la recomiendo para optimistas consumados ni personas de sensibilidad vulnerable.

Título original: Die verstümmelten.
Año de publicación: 1923. Páginas: 187.

Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso, de Miguel Delibes

Cambiamos de tercio. Para despegarme la suciedad de la anterior novela necesitaba un relato más alegre e inocente, más dado a la ensoñación que a la pesadilla. Y eso mismo encontré en las páginas de esta obra de Delibes: como reza el título, es una recopilación de las cartas que Eugenio remite a Rocío, a quien ha conocido en una página de contactos (de un periódico, Meetic no existía aún, hombre). Eugenio es un hombre de su tierra, por así decirlo, cuya vida laboral ha estado siempre vinculada al periodismo, oficio que ejerció el propio Delibes durante buena parte de su vida (atendiendo a su biografía se puede ver que esto está claramente basado en su experiencia personal); es un hombre sencillo pero de expresión exquisita, bastante dado a divagar y con una voluptuosidad adolescente bastante pronunciada. Rocío, de quien nunca leeremos una sola letra, es una sevillana diez años más joven que Eugenio que, si bien sigue el juego y alienta al primero, nunca parece que le tome plenamente en serio, con las consiguientes inseguridades y penurias de Eugenio (como les suele ocurrir a los románticos, por otra parte).

Delibes toma tres temas para elaborar su novela: el amor y su papel en la vida, el periodismo y la vida rural. Es realmente interesante ese análisis de la profesión de periodista, del cambio de paradigma que supuso la aparición del teletipo, de cómo medrar en el oficio a pesar de las intromisiones del franquismo y, con la excusa de uno de los hijos de Rocío, del desprecio de los jóvenes por todo cuanto les antecede. Más interesante aún es la descripción de la vida en el campo que hace Delibes por boca de Eugenio, la cual refleja una auténtica pasión por la labranza del propio huerto, los bucólicos atardeceres en la meseta castellana, la sencillez y el pragmatismo de sus gentes. Personalmente, me ha conquistado con su forma de escribir en esta novela; hacía tiempo que no leía un libro tan bien escrito.

El amor va haciendo aparición de forma tímida, acompañado de un erotismo y una sensualidad que son difíciles de presuponer en dos personas que poco les falta para terminar la madurez y entrar por fin en la senectud. Poco a poco, Eugenio abre su corazón (y destruye todas sus inhibiciones emocionales) a una mujer que el lector no conocerá de primera mano, pero que igualmente será capaz de sorprenderle al término de la novela. Porque el final, aunque predecible en cierto sentido, por otro es absolutamente sorprendente y coherente, pero también un poco tramposo.

El género epistolar permite una mayor intimidad, y, ahora más que nunca, una mayor conexión del lector con la historia, porque nos remite a debates de relativa actualidad: ¿es posible enamorarse de una persona a distancia? ¿De verdad se puede conocer de esta forma a una persona, o uno puede maquillar más fácilmente su personalidad cuando no está frente al otro? ¿Pueden las relaciones a distancia sobrevivir al encuentro? Con el florecimiento de los chats y las redes sociales esta novela se hace doblemente interesante, pues además de ofrecer una velada reflexión sobre estos temas, tenemos una novela muy agradable escrita de una manera magistral. Absolutamente recomendada.

Por último, si el que sea por correo convencional no os convence (jo, jo), hay una novela llamada Contra el viento del norte, de Daniel Glattauer, que trata temas similares, aunque entre personas más jóvenes y vía email. La leí hace tiempo y me gustó, aunque ni de lejos tanto como ésta. Vosotros elegís, como siempre. ¡Un saludo!

Título original: Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso.
Año de publicación: 1983. Páginas: 157.

1 comentarios:

Mr. No One dijo...

Pues has conseguido despertar mi interés por ambos libros, muchacho, especialmente por "Los mutilados" (mi inseparable pesimismo y yo). Trataré de hacerme con ellos, que los libros con los que estoy ahora no me están llenando mucho.

No puedo comentar mucho más porque no los he leído, pero te felicito por la reseña. ¡Un abrazo!

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